En medio del reacomodo político que atraviesa Colombia, Tomás y Jerónimo Uribe, hijos del expresidente Álvaro Uribe Vélez, han decidido mantener una estrategia de silencio y distancia frente a las recurrentes invitaciones para involucrarse de manera más activa en la vida política nacional. Aunque no ostentan cargos ni militancia oficial en el Centro Democrático, su peso e incidencia en la colectividad son ampliamente reconocidos, especialmente en momentos de toma de decisiones estratégicas.
Durante los últimos meses, diferentes figuras del uribismo y otros sectores afines han intentado tender puentes con ellos, buscando su respaldo en futuros movimientos políticos. Sin embargo, allegados a la familia aseguran que ambos hermanos han dejado claro que su prioridad sigue siendo el ámbito privado y empresarial, sin aspiraciones inmediatas de ocupar puestos de elección popular o asumir roles visibles dentro de la estructura del partido.
La influencia de Tomás y Jerónimo no es un secreto: su cercanía con el expresidente y su participación en conversaciones clave les han otorgado un papel relevante, aunque no formal, en la definición de posturas y estrategias. Analistas políticos consideran que su presencia en el tablero político, incluso desde las sombras, puede inclinar la balanza en procesos internos del Centro Democrático, que actualmente busca renovarse y reconectarse con su base electoral.
Este distanciamiento público se produce en un contexto en el que el uribismo enfrenta el reto de consolidar liderazgos jóvenes y reposicionar su discurso frente a un panorama nacional en constante cambio. El hermetismo de los hermanos Uribe alimenta las especulaciones sobre si, llegado el momento, podrían dar un paso al frente y capitalizar la influencia que, hoy por hoy, ejercen de manera reservada.
Por ahora, su estrategia parece clara: evitar el desgaste de la política abierta, preservar su imagen y seguir moviendo fichas desde un lugar mucho más discreto, pero igualmente determinante.
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